En un calurosísimo verano europeo de 1952, Audrey Hepburn se pasó cinco días tomando helado en la escalinata de Piazza di Spagna, la plaza más famosa de Roma. La ciudad, por esos días, se había llenado de actores, técnicos y curiosos que pululaban por todos lados para espiar cómo el director William Wyler filmaba una película de Hollywood en las calles de la capital italiana, a la vista de todos. Wyler era detallista y muy exigente, así que las tomas se repetían incansablemente (como la del helado), con el hartazgo de actores y técnicos y la delicia de los romanos, que estaban encantados con la filmación y embobados con los actores. Los cafés estaban llenos de estrellas y las calles repletas de motos vespa, que la película iba a poner de moda en todo el mundo.